Tomado de: http://www.universocentro.com/
Mi vientre
ha sido el nido de cuatro embriones. Sólo tres alcanzaron a ser bebés.
Cada noche acobijo, les doy un beso y la bendición a mis tres hijos. Sí:
hago la señal de la cruz padre-santo-amén, como lo hacía mi abuela y lo
hace mi madre. Así.
Soy un compendio de historias conmovedoras, corrientes, aburridas y cursis sobre la maternidad.
Llegué
a tener al mismo tiempo tres embriones dentro de mí. Cuando dos de
ellos estaban desarrollados, mis amigas se divertían al verme "forrada"
con camisetas de lycra: curiosas, dejaban de hablar de sus amores y
desengaños, para observar, atónitas, las criaturas acomodarse casi
rompiéndome la piel. Como las olas furiosas que auguran un tsunami: así
ondulaban los mellizos bajo mi blusa.
Durante
los primeros meses de aquel embarazo, de altísimo riesgo, debí hacer
inmersiones en agua con gas para calmar el ardor producido por mi
alergia a la progesterona (sin la cual los bebés no podrían adherirse a
mi vientre). Los últimos tres meses los pasé en cama. Nacieron en la
semana 39. Y, como muchas gestantes, hasta el último instante le
supliqué al padre: "si algo sale mal, elige que vivan los niños". En
ningún momento, y bajo ninguna circunstancia, mi esposo me respondió
"sí".
Luego parí a mi tercer hijo. Una niña, no planeada. Pero elegí tenerla.
Soy mamá y no promuevo el aborto, pero sí defiendo su práctica terapéutica y cuando es decisión libre de la madre. ¿Por qué?
La
productora audiovisual Adriana Venslauskas, mi gran amiga, me dijo
alguna vez: "vivir se trata de aprender a conjugar un verbo: elegir".
Tuve
mis hijos porque quise, cuando quise y con quien quise. Elegí las
circunstancias, eso me ha obligado a ser responsable (las múltiples
preguntas ontológicas generadas por la maternidad, además de las
dificultades de la crianza). Nadie me obligó. No todas las mujeres que
quedan en embarazo han tenido el privilegio que yo tuve: elegir.
***
Muchos
imaginan que las defensoras del aborto integramos una logia de
resentidas, que odiamos la vida y rechazamos la maternidad.
Este
tipo de asociaciones basadas en el prejuicio no dan lugar a la
explicación racional. Por supuesto, la interrupción voluntaria del
embarazo tiene unos límites, los cuales están determinados por el
desarrollo gestacional. Sin pretender ahondar en tecnicismos médicos ni
en abismos filosóficos, un óvulo fecundado no es un ser humano y el
momento de la concepción no insufla alma ni conciencia.
Referirse
al aborto terapéutico y voluntario como un asesinato y criminalizar a
la mujer que aborta es un abrupto que pasa por todos los estigmas
establecidos por el machismo y la religión, cuyo gran vocero es el
Procurador Alejandro Ordóñez.
A los 24 años, cuando
yo estudiaba en el exterior, cuidé a una niña de ocho años adoptada en
Colombia. La habían encontrado recién nacida, prematura, en un basurero cerca
del Hospital General. Cuando salíamos para clase de gimnasia, mientras yo la
abrigaba con su chaqueta, se detenía frente a un espejo: se ajustaba la trusa
en el pecho para ocultar las profundas cicatrices de las operaciones a las que
fue sometida cuando era bebé para salvar su vida.
Tuvo suerte de quedar
bien. Su caso es excepcional.
En trabajos de campo
en barrios marginales, he sabido de personas que practican abortos usando el
alambre de un gancho de ropa. He conversado con adolescentes, quienes susurran
en la calle y entre pupitres que el embarazo se interrumpe con brebajes de
malta, metiéndose tampones con alcohol o Alka-Seltzer por el canal vaginal,
comiendo papaya hasta vomitar y llegan al extremo de alquilar un caballo y
montarlo sin parar, hasta ver su pantalón manchado de sangre.
Puras mentiras.
Obviamente, después
resultan infectadas, aporreadas, hospitalizadas y, en muchos casos, siguen
embarazadas.
Sería fácil llenar
esta página de casos de abortos bárbaros, que podrían haberse realizado en una
clínica, en condiciones de asepsia, como los que les practican a las niñas de
estratos altos, cuyos padres ni se atreverían a hablar de un asunto tan
escabroso.
El embarazo indeseado
no es sólo el resultado de un acceso carnal violento sino de la aprobación
social violenta: del incesto (estamos en mora de hacer un estudio sobre este
fenómeno en Antioquia); del estatus social y poder que otorga a los jefes de
bandas callejeras el poseer a una mujer y "esparcir su semilla"; de
la estigmatización del uso de métodos anticonceptivos (dicen que eso es para
putas); de la promoción del impreciso método del ritmo.
Y lo más absurdo, a
mi juicio, la alcahuetería de las abuelas y demás legitimadoras sociales al
hacerles creer a las jovencitas que ser madres es el destino "único"
de la mujer.
¡La maternidad es
hermosa cuando es el fruto de una decisión libre!
Amo a mis hijos –¡mis
tsunamis, mi calma!– más que a mi propia vida. Y mi bendición para ellos no es
la que me enseñaron las monjas del colegio: mi Dios es otro, heterónimo, sin
Iglesia. Cuando mi mano derecha dibuja la cruz en el aire representa al Cristo
en quien sí creo, el que murió para salvar. Dios mismo permitió el sacrificio
de su hijo para salvar a otros.
Defender el aborto
como práctica necesaria en diversos casos y como producto de la decisión
responsable de la mujer, es una consecuencia de mi amor a la vida.
Soy mamá, creo en
Dios, y defiendo la práctica del aborto porque considero fundamentales los
derechos a la auto-determinación y, sobre todo, a la vida digna
No hay comentarios:
Publicar un comentario