Por: Catalina Ruiz-Navarro
El artículo llegó a Colombia a través de una reseña en Semana
titulada “La trampa del feminismo”, y tras leerla, queda la sensación de
que todo lo que el feminismo promete es irrealizable y que las mujeres
“se salieron de las casas” pero “ya se arrepintieron y quieren
regresar”. En la reseña, escrita con un claro filtro machista, se
encuentran joyas como estas: “Es el mismo debate, pero con otro nombre,
lo que podría indicar que o bien las mujeres se quejan mucho o en
realidad los esfuerzos por acabar el desequilibro entre ambos sexos en
el trabajo han sido modestos”, que sugiere que la lucha por los derechos
y la igualdad de género es una cantaleta; y “Porque si el marido
también quiere desarrollar al máximo su carrera, es más probable que la
mujer tenga que sacrificar la suya para conseguir el anhelado balance”,
una sentencia que no se pregunta por qué son las mujeres quienes hacen
ese sacrificio.
La crítica de Slaughter no va dirigida a mujeres que abarcaron “de más” sino a un sistema laboral que sigue siendo machista y clasista y en esa medida, es injusto para hombres y mujeres. Por ejemplo, los horarios de los colegios no se ajustan a los de trabajo o las licencias de paternidad son demasiado cortas; evidenciando que la carga del cuidado de los hijos se deja a las mujeres. También señala que, a pesar de estar en la era de las telecomunicaciones, muchas empresas siguen orientadas al trabajo presencial, lo que impide que los empleados no pasen tiempo en sus casas con sus familias. En Colombia, además, las madres con brillantes carreras profesionales lo logran gracias a que otras mujeres (madres, tías, abuelas las han apoyado en la vida doméstica; todos los sacrificios siguen siendo asumidos por el mismo género, y eso sólo muestra un sistema aún más desigual en el que, con frecuencia, las mujeres que pueden tenerlo todo son aquellas que tienen la solvencia para pagar una niñera.
Slaughter critica que nuestro sistema laboral esté diseñado para que uno de los progenitores (la mujer) se quede en casa y que nuestro sistema social sigue viendo a los hombres como los responsables de ganar el dinero y a las mujeres como las responsables del cuidado y el afecto. También muestra que en el campo profesional, el precio por tener hijos sólo lo pagan las mujeres (que con frecuencia tienen que retrasar su carrera durante el embarazo y los primeros meses del bebé) mientras los hombres continúan su carrera casi sin mosquearse, olvidando que eso de preñarse y parir no es ni una obligación ni un capricho de las mujeres; es una responsabilidad de ambos géneros y, a gran escala, un servicio para la supervivencia de la humanidad.
La trampa no está en el feminismo, está en olvidar que aún le quedan muchas batallas para alcanzar una igualdad de género real, un poco más sutiles y por lo tanto más duras de luchar, como que todos sigamos creyendo que padres y madres tienen funciones laborales y sociales diferentes. Parte del problema es que, a pesar de los avances, no se ha considerado con juicio que cada conquista de las mujeres en la vida pública debe venir acompañada de una conquista de los hombres en la vida privada: o bien hombres y mujeres asumimos y disfrutamos responsabilidades compartidas en el trabajo y en el hogar o bien por cada mujer que sale de su casa, un hombre tiene que entrar.
Tomado de: El Espectador del 4 de julio de 2012.
Lea el artículo de Anne-Marie Slaughter Why Women Still Can’t Have It All
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